“Teselas de luz”: un viaje milenario que hoy palpita en Guanajuato

“Teselas de luz”: un viaje milenario que hoy palpita en Guanajuato

Cada vez que sostengo una tesela de vidrio en mi mano, recuerdo que, hace miles de años, la humanidad descubrió que la luz podía fijarse en piedra y, más tarde, en vidrio. Esa intuición viajó desde Mesopotamia hasta los hornos de Murano, donde el smaltoveneciano —vidrio coloreado en masa— hizo posible “pintar con luz”. En 1949 aquella tecnología cruzó el Atlántico y se instaló en Jiutepec con la creación de Mosaicos Venecianos de México; de inmediato Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros la incorporaron a la narrativa muralista, sellando su lugar en nuestro paisaje visual.

Pienso entonces en el maestro Eliseo Mijangos de Jesús, veracruzano que dedicó más de medio siglo a custodiar ese patrimonio. Su vida se sostuvo sobre tres columnas: coherencia, honestidad y disciplina, cualidades que lo convirtieron en “el más acérrimo de los guardianes” del muralismo mexicano. Entró al laboratorio que luego sería el CENCROPAM en 1963 y, desde allí, participó en la conservación de prácticamente toda la obra mural relevante del país.

Hace poco más de una década eligió Guanajuato como aula abierta. Allí impartió más de una decena de talleres donde transmitía desde la química del mortero hasta la ética del cuidado; más de cien artistas formados bajo su guía siguen difundiendo la técnica de mosaico veneciano en la actualidad tanto en México como en el extranjero. 

Museos y espacios públicos en las ciudades de Guanajuato, León, Celaya, Moroleón, así como la ciudad de Quito, Ecuador, cuentan entre su patrimonio murales en mosaico que el maestro Mijangos concibió y dirigió.

Tras su partida en 2024, varios de sus alumnos asumieron el compromiso de mantener vivo este legado. Recientemente el artista leonés Diego Daniel Cordero  —discípulo directo de Eliseo— organizó el primer taller de Pintura en Mosaico Veneciano en la Galería Álvaro Gómez Gómez, recuperando el método que parte del boceto pictórico, selecciona smalti mexicanos y concluye con un montaje sobre malla. La muestra resultante, expuesta hace una semanas, es prueba de que el legado del maestro no sólo se conserva: evoluciona.

Cuando contemplo estas obras y reconozco la vibración conjunta de cada pieza, recuerdo una frase que Eliseo repetía: “Una tesela sola es un punto; juntas, son un latido”. Ése es el pulso que hoy sigue marcando nuestro trabajo y que, estoy seguro, seguirá iluminando muros y conciencias por mucho tiempo más.

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