Lorena Barros: cartografía del cuerpo herido

Lorena Barros: cartografía del cuerpo herido

En la obra de Lorena Barros, la piel no es solo frontera, es paisaje. Es territorio sensible donde el tiempo, el dolor, la memoria y la experiencia se inscriben. Cada pliegue, cada herida, cada imperfección se convierte en señal y en símbolo. Su pintura abstracta —siempre en tensión entre lo intuitivo y lo visceral— ha encontrado en la epidermis humana una topografía emocional que se despliega como una metáfora viva de lo que somos: cuerpos en tránsito, en transformación, en resistencia.

Barros, artista de origen chileno y residencia actual en León, Guanajuato, ha desarrollado un lenguaje plástico que encuentra en el accidente corporal no un defecto, sino un gesto de verdad. En su imaginario, las arrugas no son señales de deterioro, sino líneas de narrativa vital; las cicatrices no son restos del daño, sino inscripciones de una historia. Su trazo, libre y pulsátil, reproduce esos gestos orgánicos con pigmentos que se funden, se acumulan, se desbordan, como si la superficie pictórica se volviera también un cuerpo que respira, que se quiebra, que sana.

El interés de Barros por los accidentes del cuerpo no parte de una intención mimética, sino de una voluntad expresiva. No se trata de representar una herida, sino de evocar su energía, su resonancia emocional, su carga simbólica. En su obra, lo corporal no es retrato, es huella. Texturas densas, capas sobre capas de materiales, transparencias que emergen como moretones cromáticos, zonas veladas o expuestas de manera cruda, que invitan al espectador a una experiencia casi táctil.

En este gesto hay una ruptura con la tradición del ideal estético clásico. Barros se posiciona en la línea de aquellas artistas que han reclamado el cuerpo —propio y colectivo— como campo de batalla y de creación: un cuerpo plural, mutable, contradictorio. Su paleta, saturada y a veces inquietante, dialoga con lo orgánico: rojos que evocan carne viva, ocres terrosos como costras, blancos lechosos que recuerdan cicatrización. La piel aparece como membrana permeable entre el adentro y el afuera, entre el yo íntimo y el mundo.

Su biografía, marcada por múltiples desplazamientos geográficos y culturales, también se cuela en esta exploración corporal. Barros, que ha habitado territorios diversos —Chile, Alemania, España, México— reconoce en su obra la experiencia de habitar un cuerpo que no siempre encaja, que muta, que se adapta. Las cicatrices de la piel dialogan con las cicatrices del alma migrante. En sus pinturas hay un deseo de reconciliación: con el tiempo, con el dolor, con la imperfección.

Este interés por lo fragmentario y lo imperfecto se inscribe también en su proceso técnico. Barros trabaja desde la intuición, sin boceto previo, permitiendo que el error, el derrame o la fisura se conviertan en parte constitutiva de la obra. Cada lienzo es un organismo abierto, que se reconfigura desde la materia misma. En este sentido, su práctica está atravesada por una ética del cuidado: de la memoria, del cuerpo, de la expresión. Un cuidado que no suaviza, sino que intensifica.

En tiempos donde la imagen hegemónica insiste en cuerpos lisos, perfectos, jóvenes y sin historia, la obra de Lorena Barros propone una poética radicalmente otra: la piel como archivo, como mapa íntimo de vida, como territorio donde se conjugan el dolor y la belleza. En sus cuadros, la imperfección no es un límite, sino un umbral hacia lo profundamente humano.

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